Sobre Saga

Noah Benalal
7 min readMar 30, 2017

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Saga es un cómic creado por Fiona Staples y Brian K. Vaughan que trata sobre muchas cosas: el amor, la guerra, la familia, el desplazamiento, y la cantidad de cosas que explotan en el espacio. Pero creo que una de las preocupaciones centrales de la obra, y una que resonó mucho conmigo, es la preocupación por humanizar al otro. Si cuando lo leí hubiese visto la charla de Chimamanda Ngozi Adichie habría creído entender que la advertencia de Saga era una contra los peligros de asumir una historia única para los pueblos. Si hubiese leído Incendios me habría recordado inevitablemente a un llamamiento a cortar los hilos de violencia que atraviesan nuestra historia. O al afán de Marguerite Duras por tratar de equilibrar la balanza del daño, examinando también las consecuencias de esas acciones que llevamos a cabo con todos los motivos del mundo, pero cuyo producto no deja de ser más daño generado.

Pero cuando leí Saga no había leído ninguna de estas cosas, y el terreno que pisó fue mucho más personal. La historia estaba tocando puertas que quedaban muy cerca de casa, forzándome a reconocer en mis ideales sinsentidos y defectos, y ofreciéndome un punto de vista que siempre había tenido al alcance de los ojos pero que nunca nadie me había puesto lo suficientemente cerca como para poderlo enfocar del todo.

Aunque tiendan tanto a explotar lo extraordinario, los cómics están superpoblados de gente como tú. No es nada nuevo plantear que una de las razones por las que nos atrapan los superhéroes desde críos tiene que ver con el origen: el hecho de que muchos de ellos empiecen como nosotros, personas ordinarias con vidas ordinarias, que un día sufren una transformación brutal que los convierte en algo tan especial que es digno de un nuevo nombre y un traje de colores. Los superhéroes no dudan en recurrir a la violencia para defender aquello que necesita ser defendido, y las consecuencias de esa violencia, los daños colaterales, son omitidos y tratados como si jamás se hubiesen producido. Para que la historia sea satisfactoria, el daño ocasionado por los buenos debe quedar fuera de la narrativa. La propuesta de Saga es, creo, radicalmente distinta.

La magia de la identificación con los cómics de superhéroes es una que no encuentro tanto en el hecho de que empecemos todos igual (la posibilidad, por tanto, de que nuestra vida acabe convirtiéndose en algo extraordinario), sino precisamente en que el objeto de los anhelos y de aquello que luchan por proteger los héroes que ya no son como nosotros sea siempre lo ordinario. Lo que hace que me sienta bien después de leer aventuras brillantes y llenas de explosiones es que, al final, lo que más valoran los mutantes es tener amigos y un techo sobre su cabeza, que Superman saca tiempo para llevarle flores a su novia cuando ella está haciendo horas extra, y que si Bruce Wayne se viste todos los días de murciélago es porque está triste y echa de menos a sus padres.

Los cómics son un buen sitio al que escaparse, pero antes de que nos demos cuenta nos han dado con la realidad en las narices.

Cuando lees un cómic mes a mes puedes ver, al final de cada número, unas cuantas cartas seleccionadas de entre todas las cartas que gente como tú ha enviado a sus creadores. Aunque hace muchos años que los cómics son mi sitio favorito al que evadirme y en el que reconectar, al mismo tiempo, con el mundo que me rodea, nunca he enviado ninguna carta. El caso es que en el apartado de cartas de Saga hay experiencias interesantísimas: las comparten veteranos de guerra, militares en activo, personas que han encontrado el cómic en prisión, madres y padres de familia, gente joven, gente política e idealista.

Lo primero que hay que saber de Saga es que no es un cómic de superhéroes, o al menos no un cómic de superhéroes al uso: es un cómic de personas (aunque en este caso las personas son alienígenas) que deciden desprenderse del odio al otro que se les ha inculcado en sus respectivos planetas alienígenas (muy parecido al odio al otro que se nos inculca en los distintos trozos de nuestro planeta no alienígena) y que forman una familia bastante normal, pero totalmente prohibida. Aquello por lo que luchan estos alienígenas (Marko y Alana) es, como algunos superhéroes, lo que nosotros damos por sentado: una vida ordinaria, sin violencia y sin sangre. Se niegan a seguir alimentando la lucha milenaria que enfrenta a sus planetas y se unen, inspirados por una novela romántica muy revolucionaria. Se cuidan y se quieren, y tienen una niña que lleva encima la cultura de dos pueblos (planetas) y que por ello es incapaz de odiar ninguno. Aunque no faltan razones para seguir atacándose y para vengarse eternamente, eligen dejar de hacerlo.

Lo segundo que hay que saber de Saga es que Saga es un cómic pacifista en el que muere gente todo el rato.

Los héroes de Saga, que no dejan de ser personas bastante ordinarias, renuncian al uso de la violencia: reniegan de ella porque se niegan a producir más daño. Lejos de quedar fuera de la narrativa, en esta obra, los daños colaterales son un tema fundamental e inevitable, y cada acción bienintencionada y cada relación que se establece entre personajes pone en marcha unas reacciones en cadena que nadie es capaz de prever ni controlar. El movimiento constante de los personajes altera cada mundo por el que pasan y a cada persona-alienígena con la que entran en contacto, y que las intenciones sean buenas no garantiza en absoluto que nada vaya a acabar mal.

Saga es como un relato épico clásico con miles de obstáculos que se interponen entre los héroes y su determinación por llegar a casa. Pero en la Odisea de Marko y Alana no hay ningún destino, porque no existe ese hogar, y las fuerzas incontrolables que se oponen a la voluntad de esta familia no son las de los Dioses, caprichosos y enfurecidos, sino las de las personas ciegas, llenas de odio y enzarzadas en sus propias persecuciones, deudas y deseos de venganza personal. Brian K. Vaughan es el gran titiritero que mueve a los personajes a lo largo y ancho de un universo inmenso sobre el que no tienen ningún control, pero en el que aún intentan proteger lo que para ellos, como para los buenos superhéroes y personas, es pese a todo lo más importante: el derecho a vivir en paz y a disfrutar de los placeres y problemas cotidianos, sin que Grandes Males se entrometan en su día a día para provocar más daño que aquel que es inevitable y que se produce sin querer.

Y esos Grandes Males, lo que esta obra caracteriza como villanos y lo que antagoniza constantemente a nuestros personajes, son más cualidades que personas: defectos colectivos de pensamiento por los que todos nos dejamos enredar y de los que todos somos culpables, sin que la culpa acabe de ser nuestra. Saga sigue el camino que cada vez se puede observar más como tendencia, pero que aún me resulta extraordinario: el que no pasa por definir buenos y malos, sino por reunir distintas voces e historias individuales que sirven para reconstruir con sus matices una imagen del mundo que se acerque más a la verdad, o que deconstruya la idea de verdad completamente.

El Mal en Saga lo encarnan la incomunicación, los rencores, el dolor, las fronteras y los antiguos conflictos, y la solución propuesta, la de mezclarse y quererse para desaprender todos estos Males, no constituye un camino fácil, ni libre de daño y de dolor; pese a eso, se presenta como el único posible.

Aunque nunca he enviado ninguna carta, la que quería dirigir a Brian K. Vaughan sí que la escribí. Me alegro mucho de haber terminado por no hacérsela llegar, porque la carta no decía nada nuevo sobre Saga, sino cosas sobre mí: hablaba de prejuicios que tenían mis abuelos y que me llevan de cabeza, de una visión política que mis padres han tratado de inculcarme, un poco sin querer. Explicaba sobre todo que me encuentro casi siempre en un estado defensivo constante. Que a mi alrededor se demonizan cosas que conozco como humanas, y sin embargo no puedo dejar de pelear con los humanos que conozco y que también deshumanizan a otra gente que me odia. Las contradicciones son agotadoras, y frente a los problemas de siempre cada vez tengo menos respuestas. Tengo alguna cosa que decir, pero no sé del todo a quién gritarle. Mi entorno está cargado de malos entendidos, de atribuciones de culpas y de daño, y ninguna carta que yo escriba va a existir en un vacío libre de caer en esas redes. Brian K. Vaughan no necesita leer sobre unas frustraciones y preocupaciones que él mismo ha puesto por escrito, o al menos no tanto como yo necesitaba, tal vez como él, escribirlas.

En realidad quería dar las gracias y ya está, pero siempre termino hablando sobre mi experiencia, porque es la única que puedo tocar, explicar, defender y matizar, y porque, como bien sabe Saga, ponerse en la piel del otro requiere un montón de esfuerzo y práctica.

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Noah Benalal
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Written by Noah Benalal

necesito más que mucho frío en los pies

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