Quiero ser un cuerpo que baila

Noah Benalal
7 min readSep 4, 2018

--

JULIETA: Si tuviese afecciones y alegre sangre juvenil, se hubiera puesto rápidamente en movimiento, como una pelota.

ROMEO: ¡No, creedme! Vosotros lleváis zapatos de baile, con suelas ligeras. Yo tengo el alma de plomo, que me deja clavado en el suelo sin poder moverme.

The Red Shoes (Powell & Pressburger, 1948)

Desde que con cuatro o cinco años decidí que no volvía nunca más a hacer ballet, porque me dolían los pies y me mataba la vergüenza, me he dedicado en vez de eso a actividades de interior, no de tener el cuerpo a cubierto, sino de estar a cubierto en el cuerpo; tocar, saltar, improvisar, el movimiento, me viene todo esto de un modo tan poco natural que no puedo no llamarme la atención cuando lo intento. Supongo que a fin de cuentas es un asunto de control, lo que me paraliza es ser consciente de mí misma y de mis partes, de unos trocitos que intento con todas mis fuerzas mantener juntos y que la más mínima mirada derriba, rompe, separa: el único papel que tengo sí o sí que interpetar (yo, sin directrices a priori), aprieta y manda y no me deja un sólo miembro libre.

BORIS LERMONTOV: No lo olvides, una gran imitación de la simplicidad sólo puede lograrse con gran agonía para el cuerpo y el espíritu.

Romeo + Juliet (Baz Luhrmann, 1996)

Casi nunca bailo y casi nunca sueño, menos mal que me gusta mirar; mirada, baile y sueño, trío terrorífico que obsesiona al cine, cine que de algún modo consigue naturalmente eso que yo veo imposible: liberar al cuerpo humano de todas las fuerzas que no desea en un momento dado, desanclarlo de la persona y lo real. En el cine son posibles cuerpos huecos, ligeros, vacíos, que flotan sin control agónico de ningún tipo, o con ese control extraño que es el que viene de fuera o de otro sitio, y que trae consigo apacible descanso, por fin; dentro y fuera de la pantalla, porque cuando yo soy la que mira y nadie me devuelve la mirada yo también me puedo relajar.

Esa cita de Lermontov pertenece, como la primera imagen, a Las zapatillas rojas, una bellísima película de Powell y Pressburger sobre el control, su pérdida y la fatalidad, y sobre un cuerpo sometido a una tensa rigidez que termina por rendirse y por quebrarse. Tragedia vestida de cuento, angustia en tecnicolor, me llama la atención por utilizar el baile para hablar (esta palabra no es correcta) de aquello que yo no estaba consiguiendo articular: cuando la muchacha sale a escena comienza, supongo, a fingir; pero llega el momento en que la película consigue liberar a la bailarina del espacio. No importa ya la coherencia de las cosas reales, todo cambia y se sucede y se mueve mientras ella, vacía, se deja caer. Como una ensoñación que por fin le es regalada y que, como a veces pasa, se torna un largo grito de terror. Tensión, terror, cansancio y, al final, por fin, escape.

La idea de liberación de esta película es sin duda muy dramática; la bailarina es trágica porque está atada, como Romeo y Julieta, a las crueldades de una trama que no suelta las riendas hasta provocarle su final. Mi idea del baile y del sueño, melodramática yo, es exactamente ésta: control absoluto o muerte con público, exactamente la elección que intuyo detrás de toda oportunidad para actuar.

Pero no es la única forma disponible. Recuerdo, volviendo a ver esta película, la última vez que el baile habló por mí, y es una buena señal que esta vez no sea capaz de reproducir con palabras lo que dijo. Lo enseño:

Hay emoción, encierro y huida en este baile, y sin embargo el baile, en lugar de un vehículo hacia ese final acelerado e irreversible que es la muerte, parece ofrecer consigo mismo un final alternativo. El video es un espacio distinto y aparte, no real, como un sueño, donde lo que importa, y sé que esto Kate Bush lo sabe bien, no es otra cosa que expresarse y vaciarse de una forma útil y creadora.

Se vuelve cada vez más complicado explicar con palabras algo que pretende y consigue ser sólo magia, y me hace mucha gracia que, como yo, Kate Bush conociese y temiese las zapatillas rojas, que hiciese un intento muy torpe de contar esa historia que no es la suya, de hacer cine (que es todo control agonizante, falsa simplicidad de la que hablaba Lermontov, capaz de liberar sólo a sus personajes y su público, no a su creador), cuando ella ya había encontrado esa otra forma de echar fuera a sus fantasmas, la que envidio yo y espera Julieta y una que no pasa necesariamente por la cabeza. Dicen que Kate Bush cantó y bailó Cumbres borrascosas mucho antes de leerlo, que sólo intuyendo la emoción tuvo bastante para ponerse en marcha. No me puedo imaginar cómo lo hace.

Pero en su confianza habitual en sí misma, y en su cuerpo y en lo extraño, hay otra persona a la que veo y que de alguna manera da sentido a estas dos partes, lo que temo, por un lado, mantener el control y tensar los hilos tanto que se rompan, y lo que quiero, por el otro, esa capacidad extraña de ser toda intuición y movimiento que no sé dónde se encuentra.

The Very Eye of Night (Maya Deren, 1958)

Maya Deren empezó como letra y se convirtió en imagen. Académica y poeta, quiso liberar al cuerpo de todo lo real, del espacio, el tiempo y la naturaleza de las cosas, para poder así reencontrarse con él y verlo como no se había visto antes; aplicó la forma, pero aprendió a jugar con ella y la creó; controló todos los factores que podía controlar y sin embargo estuvo abierta al cambio, a influencias externas, a la magia y al mundo entero, y sobre todo entendió, como yo empiezo a entender que nos sucede, que no debía concebir su cine en términos literarios porque entonces todo se rompía. Que a veces la palabra, cuando media entre la interioridad y el gesto, reduce y fija en una pequeña idea preconcebida y limitada lo que podía haber sido universal, la energía que explota directamente en un movimiento espontáneo, un momento de máxima expresión, imagen pura.

Imagina a Romeo y a Julieta liberados de causas y efectos, del espacio y de los lazos, del control. Así debía ser como se imaginaban ellos mientras corrían confundidos a la muerte porque, igual que la primera bailarina de ballet, temían y escapaban e ignoraban, pese a todas las palabras, que podía haber otro final.

Creo que es Deleuze quien habla de un cine que surge de abandonarnos a la sensación, sensación cuando algo es demasiado poderoso o demasiado injusto o demasiado bello, y si me topo con esta imagen entiendo que no puedo tratar de explicarla, pero aún no alcanzo otra manera de aprender. Así que intento hacerme al menos con un mapa incompleto de esas veces en que creo haber mirado bien un momento, y haber visto eso que quiero ser; unos segundos de un ballet que por lo demás no sé leer, una mirada bien captada, cuerpos que se abrazan y la luz por la ventana, o las películas de Maya.

De Maya Deren que pensó, y después actuó, y bailó, pero sobre todo miró a otros que bailaban mejor que ella y con su cámara, siempre sobre sus manos y sus caderas y sus rodillas, que cuando no estaban rígidas le servían de colchón y de volante perfectos, que cuando se relajaba conseguía convertir en la herramienta más precisa de trabajo, trató de romper todos los hilos que ataban a los cuerpos, y me dio sueños.

Eadweard J. Muybridge, Woman Dancing (1887)
Kate Bush por Gared Mankowitz, 1958

BORIS LERMONTOV: Mientras dependa de la comodidad cuestionable del amor humano, una bailarina nunca será genial.

Lo que yo quiero es ese amor humano que está fuera de la comodidad de un cuerpo quieto; lo necesitamos todos, más que el genio, y ahora que lo entiendo no me extraña nada que, en cuanto fue posible siquiera soñar la imagen en movimiento, fuésemos corriendo a capturarlo; que intantásemos guardar y conservar, y así poder mirar siempre en ese estado, el alma de los cuerpos que bailaban.

Esta soy yo, artificialmente animada.

Y después nada.

--

--

Noah Benalal
Noah Benalal

Written by Noah Benalal

necesito más que mucho frío en los pies

No responses yet