Pantallas, fantasmas y un presente raro—

Noah Benalal
5 min readOct 3, 2018

--

Viaje a Sils Maria, de Olivier Assayas

Aunque es en Personal Shopper donde Olivier Assayas cuenta de manera más explícita una historia de fantasmas, no es la primera vez que le da a Kristen Stewart un papel de medium — su anterior Viaje a Sils Maria, mi preferida, es un relato repleto de mediaciones, si no un relato sobre la mediación. Se puede rastrear la narrativa y encontrar de esto mil ejemplos, igual que mil huellas de un tiempo que persigue a la protagonista desde atrás. Frente a la amenaza de la obsolescencia que el futuro guarda para los que no saben cambiar, Juliette Binoche, que es Maria, rígida, se congela convertida en un anacronismo cuyo recordatorio la atosiga, y que se aferra incluso a la película física que la encierra: brutalmente expresiva — ¡hasta cruel! — la decisión de rodar en 35mm esta historia llena de pantallas, de ventanas hacia un mundo que parece que no acaba de existir, ventanas que la conectan a medias con un presente raro.

De esto creo que va todo, más allá de los juegos metatextuales, de las reflexiones sobre el arte, de los problemas de identidad: de un aislamiento que requiere de vehículos, ventanas — la necesidad de conectar para lograr no congelarnos, la dificultad del contacto y la tranquilidad. La ficción sirve a la actriz protagonista como herramienta de autoconocimiento, pero creo que la gracia es que lo hace casi sin saberlo y que sola no se basta: que para entender el arte, incluso un arte tan suyo, necesita de una intermediaria, igual que para recibir información de fuera necesita una pantalla. Es su asistente, Val, quien la conecta con la obra que debe interpretar; no me parece baladí que sea ella quien sostiene al principio todos los dispositivos de contacto con el mundo.

El aislamiento inherente a María, encerrada dentro de sí misma y en su subjetividad, no se limita en la película al nivel de los personajes — la estructura teatral que organiza la historia a nivel formal, además de un juego referencial, es el principal agente de este encierro. Aristotélica en el tiempo y el espacio, respetando la unidad, cada escena se encuentra contenida y encerrada dentro de sí misma. Sólo a través de los personajes podemos acceder al contexto general que los rodea, a un mundo que sólo a veces las interpela, que les insiste siempre desde fuera. Físicamente aisladas por el dispositivo que es el cine, sólo se tienen entre ellas — la conversación, el diálogo — para salir de la pausa y llegar a algún sitio, para resolver el conflicto del tiempo y avanzar.

Es una tradición sentada por otros — pienso en Persona, de Bergman, y tantas otras películas que juegan a lo mismo — usar la duplicidad, la resonancia y el reflejo en el otro como herramientas para explorar la identidad, que plantean la individualidad en su faceta múltiple. Aquí también sucede, aunque la sensación no es tanto de obsesión como de eco: película de deslizamientos y fundidos, constantemente se establecen relaciones con una direccionalidad doble y que son, a la vez, ambivalentes. Dos protagonistas, dos papeles de una misma ficcion teatral, dos personajes que María interpreta en momentos de su vida radicalmente distintos; dos baterías de conceptos: jueventud, libertad, un pasado al que aferrarse, lleno de carácter, uno; edad, obsolescencia abnegada, una vulnerabilidad y un sufrimiento indeseables; dos. Analógico y digital, viejo y nuevo, comunicación y aislamiento, real y mágico — o lo que al mismo tiempo puede ser real o mágico— , unos personajes bien definidos y entrelazados, separados y conectados que sirven un solo propósito: establecer dicotomías que más adelante se desenmascaran como falsas y obligar a releer, reinterpretar.

Todas las tensiones entre los dos extremos de estas relaciones dobles se resuelven para mostrarnos que los opuestos sirven para hablarnos de una misma cosa. “El texto es como un objeto, cambia de perspectiva dependiendo del lugar desde el que lo miras”, le dice Val a Maria en una discusión sobre el teatro. Hija del presente raro, tan posmoderna que existe y que no existe al mismo tiempo, sabe aceptar la ambivalencia y la multiplicidad, y encontrar humanidad en la contradicción y convivencia de contrarios. Es lo que intenta enseñarle a Maria, y Maria logra comprenderlo al final, lo que aparece encerrado en una apacible sonrisa: que lo mismo es cierto de ella misma.

A diferencia de la que vendrá después, esta película sí tiene final, sí tiene algo que enseñar: el duelo termina, cada cuál acepta su papel, el tiempo vuelve a ponerse en marcha. Pienso aquí en Personal Shopper, la película que hará Assayas, donde un fantasma acosa a su protagonista por mensajes de Whatsapp y no nos ofrece tranquilidad ni descanso. Pienso otra vez en Sils Maria, donde la realidad es el fantasma, y pienso en los paisajes vacíos, las habitaciones de hotel, los trenes, todos esos no-lugares que acompañan a la especie de no-tiempo en el que me sumerge la película. El aislamiento sólo interrumpido cuando abrimos la ventana, la pantalla, todo ese tiempo de ensayo en el que sólo hay que mirar y hablar, antes de aceptar nada, antes de ponerse en marcha… ojalá no terminase nunca.

--

--

Noah Benalal
Noah Benalal

Written by Noah Benalal

necesito más que mucho frío en los pies

No responses yet