Esta película también va sobre mí
Que Frances Ha fuese desde el principio un motivo de conflicto con mi persona favorita parece ridículamente apropiado, visto desde aquí.
Un conflicto flojito, un problema de interpretación: Lizara piensa que el final de Frances es terriblemente trágico (voy a empezar por el final, os dejo sobre aviso), pero yo creo que no. Ella cree que la desacredito cuando digo que esto es idealismo, que se debe a que Lizara cree mucho más fuerte en la esencia de las cosas, en su magia, su alma, su no-sé-cómo-llamarlo, que ella es toda energía potencial, y yo soy otra cosa. Pero casi siempre es un cumplido, y lo que me saca de mis casillas es la envidia que me da, lo mucho que me cuesta mantenerme en movimiento y lo fácil que me resulta renunciar. La verdad es que necesito enchufarme a ella para funcionar, es lo que más me cuesta explicar, que tengo pegamento en los zapatos casi siempre, que no sé exactamente qué es lo mío pero sí sé que bailar es lo contrario.
Un día fui a poner la oreja en una clase suya de estudios de género, en un viaje a Barcelona, donde vivía ella, en una universidad que tiene aspecto de universidad, donde estudiaba ella, y no salí en muy buenos términos conmigo. Algo que dijo su profesora me dejó a la defensiva y del revés: que una lectura identificativa en literatura es rasgo de inmadurez. Salí muy segura de lo que pensaba en contra: que una función del arte al fin y al cabo es explorarse, que amputarle toda dimensión personal es perder, que por qué iba a hacernos falta eso. No he dejado de creer en esas cosas, creo, pero claro que no abarcan todo lo que me dejó incómoda: la universidad con pinta de universidad, la facultad de estudios literarios, la beca, el piso de estudiantes, y toda la gente que danzaba por allí con cara de saber lo que se hacía, de tener al menos una idea sobre todo, de saber beber vino sin vomitar.
Cuando te sientes minúscula no te alienta mucho que te acusen, con la autoridad que otorgan todas estas cosas a tus ojos, de leer igual de mal que Emma Bovary. Quería volver a mi cama y no salir de allí, y me daba rabia no saber sobreponerme, ¡pensaba que estaba por encima de eso! Sentir que caminas más despacio que alguien a quien quieres no deja que te sientas grande, y yo siempre intento ir a zancadas en Madrid. “Quién se cree usted, llamándome inmadura: ¡tome todos mis motivos contra eso! ¡tengo argumentos!”. A lo mejor hay por ahí alguien a quien le sirvan, porque cuando me ofusco puedo ser muy convincente.
Me gusta mucho una escena de Frances Ha que pasa en el metro, en un vagón del tren, donde Frances discute con su amiga Sophie. O bueno, donde discuten más o menos, porque el conflicto era difícil de evitar. Sophie le dice a Frances que no va a seguir viviendo con ella, que ha encontrado el apartamento perfecto en el sitio perfecto en el que siempre ha querido vivir, y que Frances no se puede permitir. Van a seguir siendo amigas, nada tiene por qué cambiar mucho más de la cuenta, y Sophie no tiene manera de saber que Frances ha dejado a su pareja por seguir con ella porque nunca se lo ha dicho. Después de no-discutir, de tener esa conversación que se discute sola, Frances empieza a mover raro las manos: se ha puesto un anillo demasiado pequeño en el dedo pulgar y no se lo puede sacar. “Levanta la mano para que te baje la sangre”, le dice la amiga. “Me siento como si quisiese hacer una pregunta.” Frances se queda así, con la mano levantada. Como una niña con una duda que no acaba de saber poner en palabras.
Claro que soy inmadura, no podría ser de otra manera. Tengo veintiún años todavía, he hecho un par de cosas a lo sumo y no sé beber vino sin ponerme a vomitar. Y claro que Frances Ha, una película sobre crecer, relacionarse, encontrarse, aprender a conformarse, tener que desmontar tu identidad y construirla en otro sitio, cambiando a lo mejor algunas piezas, va a gritarme que me identifique; seguro también que contaba con ello quien ha puesto el dinero para esto. Claro que soy inmadura, y que mi inmadurez me hace leer creativamente: algunas cosas están en el texto y otras cosas no, otras las proyecto brutalmente, mis ideas transitorias sobre cómo creo que las cosas son o deben ser, que no se prolongan en el tiempo nunca y que le dan a la película una voz distinta cada vez. No pasa nada porque mi inmadurez no tenga sitio en la academia, allí se encargan de otras cosas. Pero tampoco quiere decir eso que no tenga nada de valor.
En mi escena casi-favorita de la peli, Frances está en la fiesta de una amiga que no es tan amiga suya, intentando entablar conversación con unos desconocidos que creen que tienen su vida en orden o quieren que lo parezca, y la miran un poco por encima del hombro. Después de una cena bastante incómoda en la que hablan de viajes y de bebés y donde ningún chiste aterriza bien, están tomando unas copas y Frances les cuenta lo que busca ella en una relación, que no es ni más ni menos que el sentido de la vida, y que se encuentra, según ella, en el momento en que otra persona busca tu mirada en una habitación. No por posesividad ni por preocupación, sino casi por intuición; porque sabe que eres su persona.
Hoy, el tema fundamental de Frances Ha es lo que me pasa con Lizara. La veo en la compañía, en el sitio de donde salen los consejos y en su manera de hablar de los defectos de la otra, con reconocimiento, afecto y un poquito de fastidio. Pero la veo sobre todo en los espacios en silencio, en esa racha de en medio en la que cada una está en un sitio y sus vidas empiezan a moverse a ritmos más distintos, en la que no pueden hablar. Me veo en la Frances que hace un viaje que no se puede permitir y piensa durante un rato que leer a Proust en París va a convertirla en una adulta, aunque luego se le pasa, y en la que no puede hablar con una Sophie que se muda al otro lado del océano porque no tiene internet en el ordenador. Me veo especialmente grande (o pequeña, muy pequeña) en el momento en el que Frances podría decir algo y no lo dice; podría explicar su situación y sus opciones y reírse con otra persona de la situación en la que se ha metido y consolarse con la voz del otro lado de la línea, pero no le salen las palabras.
Pero también nos quiero ver en lo de después, cuando las dos vuelven a verse por casualidad y todo es igual que antes, y vuelven las confesiones y los sueños y los consejos sobre la almohada, y Frances le sujeta el pelo a Sophie para vomitar (qué bien, además, que también lo hagan los mayores).
Mi escena favorita de la peli está justo al final, y Frances está en una fiesta organizada por Frances, intentando entablar conversación con una jefa suya que no cree que haya fracasado. Después de una actuación de baile que ella ha puesto en marcha, una coreografía empapada en su personalidad, su mimo y sus movimientos, preparada en los ratos libres de un trabajo de oficina que paga sus facturas y que no le hace sentir mal, está recibiendo aprobación y enhorabuenas. Pero ella se distrae buscando en la habitación la mirada de Sophie, no con posesividad pero sí con preocupación, porque no está segura de que siga siendo su persona. Cuando ella no está mirando, Sophie busca la de ella, porque claro que lo es. Y entonces las dos se encuentran, y se conmueven y sonríen, porque han encontrado el sentido. “Es Sophie, mi mejor amiga”, le explica Frances a quien habla con ella. Pero no deja de mirar.
Sigo sin estar de acuerdo con Lizara en lo fundamental, porque, pese a los compromisos, los imperativos y los cambios, esta no es una historia triste. Sigo pensando que al final Frances se encuentra, o que está más cerca de encontrarse. Sigo pensando que conformarse es bueno a veces, y que la opción más fiel a ti no es siempre la mejor. A veces está bien intentar seguirle el ritmo a los demás y coger impulso desde allí. A mí me va mejor cuando lo hago.
Pero hoy la historia es todavía menos triste, porque Sophie y Frances crecen a destiempo, a veces se lastran o se juzgan o se envidian o no encuentran las palabras. Pero al final se miran.