De cómo Wonder Woman libró al cine de la ira de los hombres (al menos durante un ratito)

Una declaración de intenciones
¡He venido a hablar de Wonder Woman! Es muy mala manera de empezar un texto darle a quien te lee una lista de motivos por los que no fiarse, pero os tengo que decir que yo pasé más de la mitad de la película con los pies subidos al asiento las dos veces, y que incluso hice un par de comentarios en voz alta, una cosa que en el cine es de muy mala educación. Por lo menos cinco personas tuvieron que escuchar cómo me sorbía los mocos, y como no he leído más que dos tebeos y este artículo de medium, no le guardo al personaje y a su historia ni un poquito de lealtad. Así que yo creo que la pega más grande que tiene todo esto es mi intención de hablar sólo de las cosas buenas, nada de orientarme de manera más o menos neutra: me parece que Wonder Woman es todo corazón, y esa es la línea en la que pienso moverme, la de las cinco estrellas y los diez rayos de sol. Diana dice sobre las personas: «No importa lo que merezcan, importa lo que uno crea», y yo creo que Wonder Woman cree en un montón de cosas.
¡La heroína que necesitábamos!
Si no eso, al menos la heroína que necesitaba yo. Como la ocasión de que una mujer dirija un blockbuster es especial y hay que celebrarla, también voy a resucitar al autor: Patty Jenkins me hizo sentir cómplice de su mirada, plano a plano, durante mucho rato, así que rescato una cita suya para hablar de las cosas del corazón. En una entrevista con el New York Times en la que utilizaban la palabra «cursi», Jenkins declaró que «cursi» es, para ella, una palabra prohibida. Que la sinceridad debe dejar de darnos miedo, eso es lo que dijo: que el artista valiente en un mundo cínico es aquél que se arriesga a ser emocional, el que decide crear algo honesto y bello.
Wonder Woman ha recibido muchas críticas por motivo de su ingenuidad, así que quiero que conste esto: si yo sí me permito usar la palabra «cursi» y la palabra «ingenua», que sea siempre para alegar que «cursi» e «ingenua» es la heroína que necesitábamos. En la primera película de supers que ha podido dirigir una mujer, la fuerza de la protagonista no es la de un señor al que un equipo de casting interesado le ha cambiado los zapatos: Diana no gasta esfuerzos en huir de lo que el cine suele entender como feminidad peyorativa, y sólamente eso ya merece reverencia por mi parte.
No me entendáis mal: con nuestro historial siendo el que es, una mujer que desconoce el entorno que la rodea y debe moverse por el mundo mientras un hombre le explica cómo ha de moverse y comportarse no sólo puede sino que debe encender nuestras alarmas. Si cada observación confusa de Diana no sirviese para señalizar un defecto fundamental de nuestros modos de conducta, si todo reproche o gesto de condescendencia hacia ella no acabase por probarse erróneo, desatinado o al menos matizable, yo ocuparía igual que Diana la primera línea de batalla. La desorientación inicial de Diana supondría un problema, a fin de cuentas, si Wonder Woman no estuviese planteada como una historia de origen, y si esta decisión no me pareciese interesante por primera vez desde que el cine juega a esto de las capas: el tipo de historia en que una mujer se empodera en un mundo que le es ajeno no es aún algo tan familiar como me gustaría, y diría que la película ha elegido bien el tramo en el que poner los pies en tierra. Pero más sobre esto luego.
En lo que concierne a las historias, al amor y a la guerra, ser ingenuo es ser vulnerable, y como la emoción es lo que más se ha echado en cara nuestro arte, al de las mujeres, no es en absoluto algo que me encuentre en posición de condenar. Miremos donde miremos, la crítica vuelve una y otra vez a señalar el carácter folletinesco de aquello que tiene alma o sentimiento, condenando cada salto por encima del cinismo y nuestra decisión de ser honestas. Si la mirada del cine sobre Diana fuese condescendiente, esta pelea sería también la mía, pero lo que Wonder Woman me enseña a mí no podría alejarse más de eso: oponiéndose a unas nociones impuestas (y eminentemente masculinas) de lo que debe ser la «fuerza», Diana sobrevuela y supera a todas sus contrapartidas en lo que se refiere a heroicidad (pero sin jactarse, porque está por encima de eso). No creo que Steve Trevor consiga robarle ni una gota de protagonismo en cada decisión que pueda tacharse de blanda, cursi o ingenua; aunque, si soy franca, tampoco me parece que lo intente.
Una mirada femenina
En la conversación sobre las amazonas sí parece haber consenso: nos hemos emocionado viendo a estas mujeres pelear, entrenarse y protegerse unas a otras, aisladas del enemigo que trató de subyugarlas. En Temiscira hay un ejército de mujeres fuertes y capaces que han encontrado su lugar fuera del mundo de los hombres, y ese lugar cobra un carácter paradisíaco: «ojalá una película entera sobre las amazonas» ha sido una consigna más o menos recurrente, incluso cuando no ha gustado nada el resto de la peli. Que Temiscira sea nuestra fantasía tiene un carácter brutalmente político, y que sólo en ausencia de hombres nos sintamos realizadas y seguras es un síntoma de algo que Wonder Woman sabe diagnosticar.

Sólo porque Temiscira es el origen de Diana su salida a nuestro mundo nos aporta verdadera perspectiva, y sólo porque el cambio de contexto provoque un desajuste me parece peligroso llamar “ingenuidad” a su idealismo. La película no juzga a Diana por las dificultades que encuentra a la hora de comportarse en sociedad, porque lo que trata de enseñarnos Wonder Woman es la mirada de Diana sobre el mundo, nuestro mundo: lo ridículas y limitantes que nuestras costumbres resultan a los ojos de una mujer que no ha tenido que preocuparse de niña por sentarse con las piernas cerradas y abotonarse el cuello de la camisa hasta arriba, que no ha sido educada en la servidumbre ni en la explotación del trabajo ajeno, y que aún es sensible al horror y al daño ocasionado por la guerra; una guerrera que no es capaz de concebir ningún dolor como normal.
Diana ejecuta la función primera de las amazonas, la de actuar como un puente para comprender mejor la humanidad: nos aporta perspectiva sobre el tiempo, la guerra total, los daños colaterales y el relativismo moral, cuestionando desde el orden y la intuitiva paz de Temiscira el sistema de los hombres y negándose a aceptar sus reglas ciegamente.

Pero esta heroína libre del peso de nuestra educación y de nuestras vivencias no nos resulta pese a todo completamente ajena, porque también ha tenido que insistir para luchar. Cierto es que como mujeres se nos anima a abstenernos de hacer cosas porque «no son femeninas», sí; pero el discurso sobre que una mujer no debe trabajar, vestir o desarrollarse se ve cada vez más desplazado hacia un discurso de autopreservación. Si no debemos salir al mundo ya no es nada más porque no nos concedan las cualidades o el derecho, sino porque el mundo es demasiado peligroso; si no podemos vestir como queremos u ocupar cualquier espacio es porque estamos en peligro constante, y cualquier autoridad bienintencionada se siente en el deber de protegernos.
Para salir de Temiscira como del castillo de Rapunzel, Diana, como cualquier niña, debe rebelarse, e Hippolita aprender como una madre que la protección no está en la reclusión sino en las herramientas de defensa. La reina de las amazonas vive en este caso la misma realidad que cualquiera: si no puede proteger a su hija de todo peligro sin entorpecer su desarrollo, deberá entrenarla más fuerte que a cualquier otra persona. Para que tenga oportunidades, deberá ser la mejor: un mal la acecha en el mundo de los hombres, y no se lo van a poner fácil. Como cualquiera de nosotras, su condescendencia es la primera barrera que Diana tiene que saltar. Lo importante del asunto es que la salta.

Ahora bien: en el contexto de la acción y de la guerra, tan importante como la mirada de Diana sobre el mundo es la mirada de la cámara sobre Diana. Patty Jenkins logra semantizar unos recursos que Snyder tiraba por la borda, dándole sentido a una estética que, hasta ahora, no acababa de gustar ni a la mejor dispuesta espectadora. Las paletas reducidas, las cámaras lentas, la fragmentación espectacular y los barridos, todas ellas herramientas que consistentemente han sido puestas al servicio de la sexualización del cuerpo femenino, cargan cada escena de Wonder Woman de épica y de fuerza. Por eso me sorbí tanto los mocos, por la fuerza de las imágenes de un cuerpo femenino que veía casi por primera vez articuladas con la intención honesta de contar.
La atención al detalle que derrocha Diana cuando entra en un contexto de guerra, todo lo que se detiene a ver sin ignorar (el dolor, los daños y los detalles bonitos también) parece permear y contagiar también las operaciones de la cámara. Frente a una fábrica de secuencias rápidas y llenas de movimiento con cientos de planos que cortan cada acción hasta convertirla en impersonal e intercambiable, la de Patty Jenkins es una acción que se recrea en los detalles, y que para el tiempo para obligarnos a atender y a disfrutar cada segundo de lo que acontece; cine en cada movimiento de las amazonas y en cada respiración de su princesa.
El trozo que en mis notas se llama «de por qué Steve Trevor es básicamente Gwen Stacy y eso está muy bien» y «¡¡¡como Pocahontas!!!»
De verdad creo que lo que más hace destacar a Wonder Woman cuando una la compara con otras películas de superhéroes es, pese a la claridad y casi simpleza de sus intenciones, este tremendo cuidado del detalle. No hay una escena donde el gesto o el tono de Diana, su posición respecto al resto de personajes o su lugar dentro del cuadro no nos digan algo, como ocurre por ejemplo y de manera muy sencilla en lo que atinadamente he ido a llamar «el contraplano pocahontas».
Me explico con contexto: hay un momento muy jodido en Pocahontas que me gustaba un montón de cría, una escena en la que John Smith está a punto de disparar a Pocahontas porque ella es nativa de la tierra que él está colonizando y porque tiene un montón de mierda en la cabeza. Pero, agachado él, la imagen de Pocahontas subida en una piedra y mirándole desde arriba le hace bajar la pistola: por un lado, él cobra consciencia de la superioridad de ella puesta de manifiesto en un sólo plano; por otro, en los esquemas del espectador se reafirma a Pocahontas como la más digna y poderosa de los dos.




Aunque el resto de paralelismos entre las dos películas no acaban de venir a cuento (¡los hay! ¡los hay!), y se puede extraer de ellos otra discusión que no es la que me ocupa, algo parecido sucede en las termas de Temiscira:




¿Lo veis? No sé, a mí me pareció significativo y me hizo gracia: no es ni de lejos el único plano en el que Diana le lleva a Steve toda la ventaja. El caso es que esta escena pareció desternillante a todos los señores de la sala y, dentro de que yo no me reí nada, creo que la necesidad de Steve de sobrecompensar y demostrarse apto (¡por encima de la media!) dice bastante sobre esta posición en la que empieza: cuando llega a Temiscira, lo hace libre de cualquier ventaja comparativa.
Ser relativamente atractivo no significa nada en un mundo sin hombres, igual que ser un espía no significa nada en un mundo sin soldados. Diana no cae rendida a los pies del personaje, un hombre despojado de su contexto que tiene por primera vez que legitimarse y que probarse digno de respeto y de confianza: igual que la amazona cuestiona la autoridad y valentía de los que se encuentran al mando cuando llega a Inglaterra, la vehemencia con la que Steve insiste en estar por encima de la media va más allá del chiste verde (¡gracias a Dios!) y nace del cuestionamiento de unos privilegios que siempre había dado por sentados.
En fin, que, de todos los reproches, el de la falta de protagonismo de Diana es el que más me desconcierta. Entiendo y comparto el cansancio ante otro romance mujer/hombre, y las ganas de que esta película, más que cualquier otra, fuese la que finalmente lo burlase; ahora bien: decidida a aceptar Wonder Woman como lo que es, tengo que concederle que sabe jugar al romance, y en lugar de regurgitar la estructura de los superhéroes (la del interés amoroso vacío y desamparado, guapo y sin arco propio), tira más hacia la de la comedia romántica, ¡una mucho más interesante! Si Steve Trevor llama la atención es porque es, para variar, un personaje.
Lo que quiero decir es que no es tan habitual que el ayudante de un superhéroe o su interés romático esté lo suficientemente definido en una de nuestras películas como para compartir, en lugar de acaparar, protagonismo. Me atrevo incluso a atribuirle esto a la feminidad de la que se impregnan los roles de este tipo, y hablo de feminidad en su sentido más construído: la novia, el amigo o el mayordomo, dedicados en cuerpo y alma a cuidar del héroe hombre, tienden a carecer de matices y de trama. Creo que es ahí, en su tangibilidad y el interés que nos suscita, donde radica la diferencia de un personaje cuyo papel dentro del argumento no deja en ningún momento de estar supeditado a las necesidades narrativas de Diana. Resorte bien construído, Steve Trevor es un objeto para su curiosidad, un interés romántico y un motor para su crecimiento y la superación de sus limitaciones; un recurso que, una vez cumplidas sus funciones, desaparece literalmente de la historia dejando sitio a lo importante.
Ya acabo con esto, pero voy a terminar con mi detalle favorito de la peli: en la pelea de las amazonas contra los alemanes al principio del metraje, Steve se queda fascinado con sus tácticas de combate y observa cómo, al grito de «¡escudo!», una guerrera coge impulso y sale disparada hacia el enemigo. Así que más adelante, cuando es él el que pelea mano a mano con Diana, y ante la cara de pasmo de unos compañeros que no entienden lo que hace, después de un tramo larguísimo en el que Diana ha tratado de adaptarse a ellos, es Steve quien se adapta a la amazona. Coge la puerta rota de un coche, la coloca sobre sus hombros y grita: «¡Diana, escudo!», lanzándola directa a ella contra un francotirador y demostrándose, como todas las veces en las que ella da una orden que él obedece sin cuestionar, tan consciente como nosotros del honor que es tenerla entre sus filas. Aquí también me tuve que sorber los mocos.
Acostumbradas al papel que se nos concede a nosotras en sus historias, el de Chris Pine es un papel muy resultón, pero en ningún caso creo que darle mayor profundidad o carisma a un personaje funcione en detrimento del valor de la película. Precisamente porque Wonder Woman se molesta en sentar las bases de que el hombre, aunque esencial para la reproducción, es innecesario, su romance puede desarrollarse en igualdad de condiciones; Steve, como la humanidad, tiene que demostrarle a Diana que es digno de su respeto y de su afecto: toda la importancia de esta relación reside en que se trata, igual que la heroicidad de Diana, de una elección consciente.
Cosas secundarias pero no menos importantes
Pues, como con Steve, en los personajes secundarios también pone tiempo y mimo esta película, revistiéndolos de matices y tratando de decirnos cosas a través de ellos. En el contrabandista que lucha para quienes le han quitado todo y regala a las víctimas su mercancía sin lucrarse, porque él también ha conocido la escasez y el sufrimiento; en el compañero que ahora miente pero que, si el color no cerrase tantas puertas, hubiese querido ser actor; en el soldado que no puede disparar, porque «no todo el mundo logra todo el tiempo ser quien quiere ser»… y especialmente en la reacción de Diana al pobarle poco útil en batalla, y en lo que pone de su parte para hacer sentir a éste alguien válido y querido («¿quién va a cantar si no para nosotros?»), hay más humanidad y heroicidad que la que exhiben otras obras en horas y horas de metraje.
Y aunque los villanos son lo menos espectacular de esta película, la doctora que interpreta Elena Anaya se ha hecho un hueco en mis simpatías en esa escena en la que Steve, en aras de seducirla y de sacarle información, tiene que usar su cuerpo de espía guapo y hablar sucio de la ciencia. Hasta cuando el jefe menos carismático de los alemanes empieza a explicarle Tucídides a Diana (¡griegosplaing! ¡a Diana!) hay por ahí un gesto, una mirada, algo que me hizo revolverme en mi silla y pensar: con esta película estoy pasándolo genial.
Una precipitada conclusión
El viaje de la heroína Diana de Temiscira me hizo disfrutar como nunca en una sala de cine, y salir revestida de ternura y ganas de ser mejor persona. Cualquier conclusión va a incluir algo redundante a estas alturas, pero siempre se insiste en que este párrafo es el párrafo más importante. Como algo tengo que decir para no terminar en el anticlímax, digo:
¡Que vivan los modelos positivos! ¡Viva la ingenuidad! ¡Viva la honestidad! ¡Viva lo cursi! Dadle las gracias al heladero si sentís que ha hecho un gran trabajo y no sobrecarguéis a los caballos, llorad siempre con mocos, sed buenos.
¡Viva Wonder Woman!

Ojalá tuviéramos más tiempo.
❤