De autoayuda y capas

Noah Benalal
7 min readNov 3, 2017

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Termino hablando de Thor: Ragnarok, pero tardo un buen rato en llegar. ¡No pasa nada!

la luz

Empezar todos los textos con una reflexión sobre cómo escribo y terminarlos poniéndome melosa no es una resolución que haya tomado últimamente, pero entiendo por qué puede parecer que sí. Lo que pasa es que sólo me salen las palabras si hace sol y tengo la intención de ser mejor persona, y las dos cosas normalmente vienen juntas, y eso hace que el invierno sea aterrador. De cara a un invierno aterrador sí que he tomado muchas decisiones: madrugar todos los días (despertarme siempre una hora y media antes de mi hora de ir a clase, y en los días libres antes de las diez), comer mejor y con cabeza, hacer lo que esté en mi mano para que no me duela todo. Pedir cita con mi médico. Moverme más para no ponerme loca. Hacer más cosas.

¿Cliché, no? Adelanto a noviembre lo que todo el mundo se propone para enero: ejercicio, dieta sana, aprovechar el tiempo y tratar bien a los demás. Cosas que dices en alto con confianza de mentira y la certeza más profunda de que al final vas a fracasar, y de que la persona a la que se lo estás contando lo sabe igual de bien que tú. A mí se me viene a la cabeza una escena, incluso, que es la representación de ese fracaso: en lo contrario a mis fantasías (mi especie de profecía autocumplida), estoy en pijama y me atiborro a magdalenas dentro de la cama, llenándolo todo de migas que no voy a limpiar. Otra de las cosas que he decidido este año, preventivamente, es pasar mejor y mucho más la aspiradora.

Para qué voy a intentarlo si ya sé que dentro de dos meses se me va a olvidar pasar apuntes y qué marcas de harina llevan gluten”, te preguntas tú entonces, si eres como yo y sabes que vas a terminar llorando en bragas, y alguien bienintencionado te dice que a lo mejor esta vez es la-vez-en-la-que-no. A lo mejor esta vez pasas limpia al otro lado, te ordenas, te reconstruyes sin una sola grieta y no pasa un día sin que des los buenos días al buen señor que conduce tu autobús o te cobra en la gasolinera. Las esperanzas de éxito siempre parecen lo correcto que darle a alguien que no te ha pedido nada, pero que dice con voz triste que al final siempre fracasa. Fracaso es la palabra fea que vamos corriendo a rectificar, “¡no!, ¡no va a pasar!”, pero adivina qué. ¡Al final siempre pasa! Lo que pasa es que el final no es el final.

Lo que digo es que tengo un miedo muy paralizante y muy grande al fracaso, siempre, todo el rato, cuando lo que debería es rebelarme contra la idea de final. La palabra final es la que deberían rebatirme y cancelarme y devolverme porque siempre la uso mal, porque nunca me refiero con su uso a cuando ya esté llena de gusanos (muerta, quiero decir; había escrito “cuando mi cuerpo ya esté frío”, pero en invierno tengo el cuerpo frío siempre). Hablo de la próxima vez en la que me salga de uno de mis planes, la fastidie moderadamente o fuerte y decida, por pereza y por principio, que el fracaso ya es irrevocable.

El discurso del fracaso irrevocable es mal discurso, y cualquier amigo o cualquier libro de autoayuda va a decirte eso. Pero “¡Si quieres, puedes!” está gastado y además es mentira; “¡Si no aprendes a aceptar tus fracasos y seguir adelante no vas a lograr nada!” tiene un tonito que no me gusta un pelo, y aunque diría que sí tiene más verdad, yo he logrado muchas cosas sin casi pelear. Hay gente que tiene mucha suerte. En realidad no sé qué forma podría adoptar un consejo-en-palabras para que no me riese de él a algún nivel: no funciona la autoridad ni tampoco la experiencia personal, los miro todos con cinismo. Pero. ¿Sabéis dónde me funciona siempre, absurdamente, con muchísima efectividad, el discurso del esfuerzo?

En imágenes. En historias. Pago entre tres y nueve euros por ver una película para que me diga lo que no querría oír viniendo de un amigo. Le pago al cine, y no a la terapeuta a la que di plantón, para que me enseñe a sentirme mejor y para que me convenza de que soy mejor de fondo, aunque no crea en ese fondo. Le pago para que me dé modelos y estrategias.

Claro que escuchar al cine es peligroso (y preguntarle qué debo pensar, qué tengo que hacer, ya sabemos de qué manera funcionan los discursos para el mal), pero me estaba metiendo antes con la idea de final, y Dios sabe que si hay algo que jamás acaba de acabar del todo es una película de Marvel. Que siempre hay otra detrás de esa, un conflicto detrás de aquél, y que cada victoria surge o termina en un fracaso que obliga a nuestra gente guapa a salir con un plan nuevo. Los superhéroes no terminan, no paran, y siempre hay algo de optimismo, algo de querer-es-poder, un poco de todo eso que soy demasiado lista para creer del todo, pero que no deja de hacerme falta escuchar. Lo necesito para funcionar. En Thor: Ragnarok ni siquiera el fin del mundo es un final, y eso es justo lo que le hace falta a mi agenda de noviembre.

Jugar a decirnos cosas que no nos creemos del todo para que el sistema no nos rompa puede parecer muy complaciente, pero es difícil conciliar todos los deberes que tenemos. Para pelear hay que salir de la cama o que pensar mucho desde dentro, y para mí eso pasa por evitar los alimentos con lactosa, tener los cuádriceps bien fuertes y no gritar tanto a mis amigos en los días malos. Por trabajar. Por no apurar hasta que la última rayita del depósito de gasolina se ponga roja y parpadee. De Thor: Ragnarok me han gustado muchas cosas más peliculosas, pero también me ha hecho las veces de libro de autoayuda, y su discurso me ha dado en la espalda una palmadita que necesitaba mucho. Porque cada personaje tiene su propio arco de mejora personal. Porque todos toman malas decisiones, y luego lo arreglan como pueden, decidiendo. Porque… si quieren, y deciden, pueden. Vaya cursi, yo.

Ojo, que mi discurso mental de base es todo lo contrario. “No nos caemos para aprender a levantarnos, Alfred, nos caemos porque caminar es muy difícil, e ir corriendo ni te cuento. Al andar me duelen las rodillas y al correr me da un poco de asma, y no me hagas empezar a hablarte de la regla. Levántate tú si tienes ganas. A mí déjame en paz.”

Lo que pasa es que si no nos levantamos, aún sabiendo que antes de llegar a ningún sitio vamos a caernos otra vez, entonces no hay película. Me puedo pasar de ingenua y sentenciosa, pero ese es parte del punto: que voy a decidir decirme esto, me lo crea o no. Me gusta Thor: Ragnarok porque no ignora los papeles que nos han tocado, pero pone mucho énfasis en las decisiones que tomamos todo el rato, y nos pide que tomemos decisiones nuevas aún después de fracasar. Me funciona su optimismo complaciente porque está lo suficientemente atado a lo real, y como me ha pillado construyendo y reordenando mis discursos, le voy a robar dos.

El primero es el que dice que le debo un poco más de compasión al monstruo que llevo dentro y que a veces me secuestra, a la parte de mí que es irracional y que se enfada y grita y llora y reacciona siempre mucho más fuerte de lo que se espera o debería. Es la parte que me hace daño a mí y que peor sabe moderarse en lo de hacerle daño a los demás, pero también la necesito a veces y también me hace algún favor. Este es el discursito Banner/Hulk: también soy mis emociones y mi carácter y mi falta de control; a veces tengo que ser la tía verde para avanzar mi trama. El monstruo puede quedarse sin matar y ayudarme a pelear en calzoncillos.

El segundo lo formula Thor cuando dice algo por las líneas de, “¡pues claro que el Dios de las travesuras va a hacer travesuras!”, cuando ve venir a Loki y sabe qué es lo que va a hacer, y precisamente porque ya no le sorprende puede trabajar con eso. Loki es Loki. Nuestras tendencias son nuestras tendencias. Funcionamos como funcionamos. No tenemos ganas por naturaleza de fregar los platos y algún día no lo haremos, y es normal que esa persona que vive con nosotros ponga los ojos en blanco y no mire con confianza nuestras buenas intenciones. Es normal que nosotros tampoco nos fiemos. Pero no estamos condenados por esa tendencia terrible a dejar la roña sin rascar, o a no recoger las migas, aunque parezca que al final lo hacemos siempre. Loki ha tardado cinco finales en hacer lo correcto al final. A lo mejor vuelve a sus malos hábitos en la próxima película. A lo mejor el frío a él también le vuelve loca la cabeza. Pero hoy ha decidido bien.

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Noah Benalal
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Written by Noah Benalal

necesito más que mucho frío en los pies

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